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  • Foto del escritorjacqueline loweree

Agendar la muerte [poema en prosa]




Lo más probable es que no se pueda hoy, ni mañana, la verdad es que esta semana es complicado.

Quiero llorar, pero este tren es uno de los nuevos, con mejor luz. La mujer de enfrente no para de mirarme. Se vale, no hay mucha discreción en Nueva York. Carga su compra de la semana en su carrito, no sé cómo lo haría de otra manera. Es mayor y sola. Me la imagino acarreando ese carrito con una rueda floja sobre las escaleras del metro. No siempre hay elevador.

No aguanto más. Me traiciona una lágrima que se vuelve río. Pero no cierro los ojos. Espero así disimular un poco. Mi cara estalla colorada. Desacelera el tren y se abren las puertas. Sale la mujer. Mayor. Sola. Cargada de su mandado y de penas. Parte el juicio, al menos hasta… las siguientes dos paradas. Cuento los segundos de la eternidad, siento cada imperfección de las vías del tren en mis entrañas. El desconsuelo encerrado quema mi rostro. Golpea la puerta de mis ojos. La curiosidad ajena se afila cada vez que se estremece el vagón y me atraviesa el cuerpo sin ninguna pena.

Decido bajarme una parada antes de la mía. Necesito escaparme de las entrañas de esta ciudad, de esta soledad, de este desespero. Busco la animación de Harlem para que contraste con el apagón que me sofoca. Pero llueve. Comenzó el invierno temprano. Aprovecho el llanto de las nubes para soltar mi lluvia. Nadie me ve. Aquí sólo te miran, pero no te ven. Es una ciudad de fantasmas. Me penetra el viento, los años, los desamores, los gritos, los insultos. Soy de agua, de hielo… ya no soy fuego.

La próxima semana tengo una lectura. Debería estar animada. Estas cosas me gustan. Creo, ya no sé. Bueno, el punto es que tampoco se podrá la próxima semana. Ya me esperan. Me comprometí. Tampoco los quiero decepcionar.

Al cruzar el camión humeante del halal, se me revuelve el estómago. Reviso mi bolso. Nada. Ninguna notificación. No importa. Me resigno a que no las habrá. Las disculpas se ven sepultadas bajo dos metros de necedad. El orgullo siempre triunfa. Me duele el pecho, siento un nudo, quiero echarme a llorar hasta que haya derramado la última gota de sangre en mi cuerpo. Pero es un mar infinito, hasta que deje de serlo. No le veo fin a esto. Tengo muchos pendientes, muchas obligaciones.

Quizá la agende el año que viene.


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